Luis Pie
Narrador:
A eso de las siete la fiebre aturdía al haitiano Luis Pie. Además de que sentía
la pierna endurecida, golpes internos le sacudían la ingle. Medio ciego por el dolor
de cabeza y la debilidad. Luis Pie se sentó en el suelo, sobre las secas hojas
de la caña, rayó un fósforo y trató de ver la herida. Allí estaba, en el dedo
grueso de su pie derecho. Se trataba de una herida que no alcanzaba la pulgada,
pero estaba llena de lodo. Se había cortado el dedo la tarde anterior, al pisar
un pedazo de hierro viejo mientras tumbaba caña en la colonia Josefita.
Un golpe de aire apagó el fósforo, y
el haitiano encendió otro. Quería estar seguro de que el mal le había entrado
por la herida y no que se debía a obra de algún desconocido que deseaba hacerle
daño. Escudriñó la pequeña cortada, con sus ojos cargados por la fiebre, y no
supo qué responderse; después quiso levantarse y andar, pero el dolor había
aumentado a tal grado que no podía mover la pierna.
Esto ocurría el sábado, al iniciarse
la noche. Luis Pie pegó la frente al suelo, buscando el fresco de la tierra, y
cuando la alzó de nuevo le pareció que había transcurrido mucho tiempo. Hubiera
querido quedarse allí descansando; mas de pronto el instinto le hizo salir la
cabeza.
Luis Pie: Ah... Pití Mishe ta eperan a mué
Narrador: dijo con amargura, Necesariamente
debía salir al camino, donde tal vez alguien le ayudaría a seguir hacia el
batey; podría pasar una carreta o un peón montado que fuera a la fiesta de esa
noche.
Arrastrándose a duras penas, a veces
pegando el pecho a la tierra, Luis Pie emprendió el camino. Pero de pronto alzó
la cabeza: hacia su espalda sonaba algo como un auto. El haitiano meditó un
minuto. Su rostro brillante y sus ojos inteligentes se mostraban angustiados.
¿Habría perdido el rumbo debido al dolor o la oscuridad lo confundía? Temía no
llegar al camino en toda la noche, y en ese caso los tres hijitos le esperarían
junto a la hoguera que Miguel, el mayor, encendía de noche para que el padre
pudiera prepararles con rapidez harina de maíz o les salcochara plátanos, a su
retorno del trabajo. Si él se perdía, los niños le esperarían hasta que el
sueño los aturdiera y se quedarían dormidos allí, junto a la hoguera consumida.
Luis Pie sentía a menudo un miedo
terrible de que sus hijos no comieran o de que Miguel, que era enfermizo, se le
muriera un día, como se le murió la mujer. Para que no les faltara comida Luis
Pie cargó con ellos desde Haití, caminando sin cesar, primero a través de las
lomas, en el cruce de la frontera dominicana, luego a lo largo de todo el
Cibao, después recorriendo las soleadas carreteras del Este, hasta verse en la
región de los centrales de azúcar.
Luis Pie: ¡Bonyé!
Narrador: gimió Luis Pie con la frente sobre
el brazo y la pierna sacudida por temblores
Luis Pie: pití Mishé va a ta eperán to la
noche a son per.
Narrador: Y entonces sintió ganas de llorar,
a lo que se negó porque temía entregarse a la debilidad. Lo que debía hacer era
buscar el rumbo y avanzar. Cuando volvió a levantar la cabeza ya no se oía el
ruido del motor.
Luis Pie: No, no ta sien palla; ta sien paca
Narrador: afirmó resuelto. Y siguió
arrastrándose, andando a veces a gatas. Pero sí había pasado a distancia un
motor.
Luis Pie llegó de su tierra meses
antes y se puso a trabajar, primero en la Colonia Carolina, después en la
Josefita; e ignoraba que detrás estaba otra colonia, la Gloria, con su trocha
medio kilómetro más lejos, y que don Valentín Quintero, el dueño de la Gloria,
tenía un viejo Ford en el cual iba al batey a emborracharse y a pegarles a las
mujeres que llegaban hasta allí, por la zafra, en busca de unos pesos. Don
Valentín acababa de pasar por aquella trocha en su estrepitoso Ford; y como iba
muy alegre, pensando en la fiesta de esa noche, no tomó en cuenta, cuando
encendió el tabaco, que el auto pasaba junto al cañaveral. Golpeando en la
espalda al chofer, don Valentín dijo:
Don Valentín: Esa Lucía es una sinvergüenza, sí
señor, ¡pero qué hembra!
Narrador: Y en ese momento lanzó el fósforo,
que cayó encendido entre las cañas. Disparando ruidosamente el Ford se perdió
en dirección del batey para llegar allá antes de que Luis Pie hubiera avanzado
trescientos metros.
Tal vez esa distancia había logrado
arrastrarse el haitiano. Trataba de llegar a la orilla del corte de la caña,
porque sabía que el corte empieza siempre junto a una trocha; iba con la
esperanza de salir a la trocha cuando notó el resplandor. Al principio no
comprendió; jamás había visto él un incendio en el cañaveral. Pero de pronto
oyó chasquidos y una llamarada gigantesca se levantó inesperadamente hacia el
cielo, iluminando el lugar con un tono rojizo. Luis Pie se quedó inmóvil del
asombro. Se puso de rodillas y se preguntaba qué era aquello. Mas el fuego se
extendía con demasiada rapidez para que Luis Pie no supiera de qué se trataba.
Echándose sobre las cañas, como si tuvieran vida, las llamas avanzaban
ávidamente, envueltas en un humo negro que iba cubriendo todo el lugar; los
tallos disparaban sin cesar y por momentos el fuego se producía en explosiones
y ascendía a golpes hasta perderse en la altura. El haitiano temió que iba a
quedar cercado. Quiso huir. Se levantó y pretendió correr a saltos sobre una
sola pierna. Pero le pareció que nada podría salvarle.
Luis Pie: ¡Bonyé, Bonyé!
Narrador: empezó a aullar, fuera de sí; y
luego, más alto aún:
Luis Pie: ¡Bonyéeeee!
Narrador: Gritó de tal manera y llegó a tanto
su terror, que por un instante perdió la voz y el conocimiento. Sin embargo
siguió moviéndose, tratando de escapar, pero sin saber en verdad qué hacía.
Quienquiera que fuera, el enemigo que le había echado el mal se valió de
fuerzas poderosas. Luis Pie lo reconoció así y se preparó a lo peor.
Pegado a la tierra, con sus ojos
desorbitados por el pavor, veía crecer el fuego cuando le pareció o ir tropel
de caballos, voces de mando y tiros. Rápidamente levantó la cabeza. La
esperanza le embriagó.
Luis Pie: ¡Bonyé, Bonyé
Narrador: clamó casi llorando,
Luis Pie: ayuda a mué, gran Bonyé; tú salva a
mué de murí quemá!
Narrador: ¡Iba a salvarlo el buen Dios de los
desgraciados! Su instinto le hizo agudizar todos los sentidos. Aplicó el oído
para saber en qué dirección estaban sus presuntos salvadores; buscó con los
ojos la presencia de esos dominicanos generosos que iban a sacarlo del infierno
de llamas en que se hallaba. Dando la mayor amplitud posible a su voz, gritó
estentóreamente:
Luis Pie: ¡Dominiquén bon, aquí ta mué, Luí
Pie! ¡Salva a mué, dominiquén bon!
Narrador: Entonces oyó que alguien vociferaba
desde el otro lado del cañaveral. La voz decía:
La Voz Misteriosa: ¡Por aquí, por aquí! ¡Corran, que
está cogió! ¡Corran, que se puede ir!
Narrador: Olvidándose de su fiebre y de su
pierna, Luis Pie se incorporó y corrió. Iba cojeando, dando saltos, hasta que
tropezó y cayó de bruces. Volvió a pararse al tiempo que miraba hacia el cielo
y mascullaba:
Luis Pie: Oh Bonyé, gran Bonyé que ta ayudan
a mué...
Narrador: En ese mismo instante la alegría le
cortó el habla, pues a su frente, irrumpiendo por entre las cañas, acababa de
aparecer un hombre a caballo, un salvador.
El Hombre a Caballo: ¡Aquí está, corran!
Narrador: demandó
el hombre dirigiéndose a los que le seguían.
Inmediatamente aparecieron diez o
doce, muchos de ellos a pie y la mayoría armada de mochas. Todos gritaban
insultos y se lanzaban sobre Luis Pie.
Soldado: ¡Hay que matarlo ahí mismo, y que
se achicharre con la candela ese maldito haitiano!
Narrador: se oyó vociferar.
Puesto de rodillas, Luis Pie, que
apenas entendía el idioma, rogaba enternecido:
Luis Pie:
¡Ah dominiquén bon, salva a mué, salva a mué pa lleva manyé a mon pití!
Narrador:
Una mocha cayó de plano en su cabeza, y el acero resonó largamente.
Luis Pie:
¿Qué ta pasan?
Narrador:
preguntó Luis Pie lleno de miedo.
Luis Pie:
¡No, no!
Narrador:
ordenaba alguien que corría.
Don Valentín:
¡Dénles golpes, pero no lo maten! ¡Hay que dejarlo vivo para que diga quiénes
son sus cómplices! ¡Le han pegado fuego también a la Gloria!
Narrador:
El que así gritaba era don Valentín Quintero, y él fue el primero en dar el
ejemplo. Le pegó al haitiano en la nariz, haciendo saltar la sangre. Después
siguieron otros, mientras Luis Pie, gimiendo, alzaba los brazos y pedía perdón
por un daño que no había hecho. Le encontraron en los bolsillos una caja con
cuatro o cinco fósforos.
Soldado:
¡Canalla, bandolero; confiesa que prendiste candela!
Luis Pie:
Uí, uí
Narrador:
afirmaba él haitiano. Pero como no sabía explicarse en español no podía decir
que había encendido dos fósforos para verse la herida y qué el viento los había
apagado.
¿Qué había ocurrido? Luis Pié no lo
comprendía. Su poderoso enemigo acabaría con él; le había echado encima a todos
los terribles dioses de Haití, y Luis Pie, que temía a esas fuerzas ocultas, no
iba a luchar contra ellas porque sabía que era inútil!
Soldado:
¡Levántate, perro!
Narrador:
ordenó un soldado.
Con gran asombro suyo, el haitiano se
sintió capaz de levantarse. La primera arremetida de la infección había pasado,
pero él lo ignoraba. Todavía cojeaba bastante cuando dos soldados lo echaron
por delante y lo sacaron al camino; después, a golpes y empujones, debió seguir
sin detenerse, aunque a veces le era imposible sufrir el dolor en la ingle.
Tardó una hora en llegar al batey, donde
la gente se agolpó para verlo pasar. Iba echando sangre por la cabeza, con la
ropa desgarrada y una pierna a rastras. Se le veía qué no podía ya más, que
estaba exhausto y a punto de caer desfallecido. El grupo se acercaba a un
miserable bohío de yaguas paradas, en el que apenas cabía un hombre y en cuya
puerta, destacados por una hoguera que iluminaba adentro la vivienda, estaban
tres niños desnudos que contemplaban la escena sin moverse y sin decir una
palabra.
Aunque la luz era escasa todo el mundo
vio a Luis Pie cuando su rostro pasó de aquella impresión de vencido a la de
atención; todo el mundo vio el resplandor del interés en sus ojos. Era tal el
momento que nadie habló. Y de pronto la voz de Luis Pie, una voz llena de
angustia y de ternura, se alzó en medio del silencio, diciendo:
Luis Pie:
¡Pití Mishé, mon pití Mishé! ¿Tú no ta enferme, mon pití? ¿Tú ta bien?
Narrador:
El mayor de los niños, que tendría seis años y que presenciaba la escena
llorando amargamente, dijo entre llanto, sin mover un músculo, hablando bien
alto:
El Niño Mayor:
¡Sí, per; yo ta bien; to nosotro ta bien, mon per!
Narrador:
Y se quedó inmóvil, mientras las lágrimas le corrían por las mejillas.
Luis Pie, asombrado de que sus hijos no
se hallaran bajo el poder de las tenebrosas fuerzas que le perseguían, no pudo
contener sus palabras.
Luis Pie:
¡Oh Bonyé, tú sé gran!
Narrador:
clamó volviendo al cielo una honda mirada de gratitud.
Después abatió la cabeza, pegó la
barbilla al pecho para que no lo vieran llorar, y empezó a caminar de nuevo,
arrastrando su pierna enferma. La gente que se agrupaba alrededor de Luis Pie
era mucha y pareció dudar entre seguirlo o detenerse para ver a los niños; pero
como no tardó en comprender que el espectáculo que ofrecía Luis Pie era más
atrayente, decidió ir tras él. Sólo una muchacha negra de acaso doce años se
demoró frente a la casucha. Pareció que iba a dirigirse hacia los niños; pero
al fin echó a correr tras la turba, que iba doblando una esquina. Luis Pie
había vuelto el rostro, sin duda para ver una vez más a sus hijos, y uno de los
soldados pareció llenarse de ira.
Soldado:
¡Ya ta bueno de hablar con la familia!
Narrador:
Rugía el soldado. La muchacha llegó al grupo justamente cuando el militar
levantaba el puño para pegarle a Luis Pie, y como estaba asustada cerró los
ojos para no ver la escena. Durante un segundo esperó el ruido.
Pero el chasquido del golpe no llegó a
sonar. Pues aunque deseaba pegar, el soldado se contuvo. Tenía la mano
demasiado adolorida por el uso que le había dado esa noche, y, además,
comprendió que por duro que le pegara Luis Pie no se daría cuenta de ello.
No podía darse cuenta, porque iba
caminando como un borracho, mirando hacia el cielo y hasta ligeramente
sonreído.
Componentes de
la narración
Narrador: Juan Bosch Gaviño, nacido en La Vega en 1909,
narrador, ensayista, educador, historiador, biógrafo, político y político. Fue
introducido la lectura por el humanista Pedro Henríquez Ureña, quien lo inició
con maestros del cuento europeo y latinoamericanos.
Da inicio a su carrera literaria con un pequeño libro de cuentos, Camino Real, publicado en 1933, donde narraba en gran parte lo que había visto, escuchado y vivido en su pueblo, La Vega. Más adelante, en 1936, escribe su primera novela breve, La Mañosa, en ésta el personaje central es una mula y el narrador es un niño enfermizo.
Acciones: A) “Se había cortado el dedo la
tarde anterior, al pisar un pedazo de hierro Viejo mientras tumbaba caña en la colonia
Josefita”
B) “Para que no les faltara comida
Luis Pie cargó con ellos desde Haití, caminando sin cesar, primero a través de
las lomas, en el cruce de la frontera dominicana, luego a lo largo de todo el
Cibao, después recorriendo las soleadas carreteras del Este, hasta verse en la
región de los centrales de Azúcar.”
C) “… y en ese caso los tres
hijitos junto a la hoguera que Miguel, el mayor, encendía de noche para que el
padre pudiera prepararles con rapidez harina de maíz o les salcochara plátanos,
a su retorno del trabajo”
D) “Luis Pie llegó de su tierra
meses antes y se puso atrabajar, primero en la Colonia Carolina, después en la
Josefita; e ignoraba que detrás estaba otra colonia, la Gloria, con su trocha
medio kilómetro más lejos…”
E) “Tardó una hora en llegar al
batey, donde la gente se agolpó para verlo pasar.”
Personajes: Luis
Pie
El
Narrador
Don
Valentín
La
Voz Misteriosa
El
Hombre a Caballo
Los
Soldados
El
Niño Mayor
La niña de doce años
Tema: La
discriminación y maltrato a los haitianos
Ambiente: El
ambiente inicia en la colonia de Josefita, luego se hace un recorrido por las
lomas hasta llegar de la frontera dominicana a lo largo de todo el Cibao y por
ultimo termino estando en un batey de la región de los centrales de azúcar.
Técnicas
Narrativas: El autor utilizo un modo de narración en
tercera persona porque el autor se oculta en la voz de un personaje. El
narrador cuenta en tercera persona lo que le acontece a otros personajes del
relato.
Nudo:
Es cuando el cañaveral empieza a incendiarse, Luis Pie se quedó inmóvil del
asombro, Quiso huir. Se levantó y pretendió correr a saltos sobre una sola
pierna. Pero le pareció que nada podría salvarle. Estaba tan asustado que
empezó a gritar y del miedo perdió el habla y siguió corriendo, tenía alguna
esperanza de que algún buen dominicano lo ayudaría.
Empezó a correr donde pensaba que
estaba su salvador, luego escucho una gran voz gritando que lo atraparan,
cuando el escucho eso se olvido de su pierna y salió corriendo, gateando, dando
saltos de todas las formas que le permitieran salir de ese lugar, pero de
repente se le corto el habla al ver a su salvador en frente de él, un hombre a
caballo, pero ese salvador que el tanto esperaba era uno de los que le seguían.
Momento
Culminante: Es cuando el soldado iba a masacrar a
golpes al pobre Luis Pie, pero de repente se le apareció una niña de apenas
doce año en el lugar donde el haitiano seria golpeado, La muchacha llegó al
grupo justamente cuando el militar levantaba el puño para pegarle a Luis Pie, y
ella asustada cerró los ojos para no ver esa escena, Pero durante unos segundos
esperó el ruido.
Pero el sonido del golpe nunca llegó a
sonar. Aunque el soldado deseaba pegar se contuvo porque tenía la mano
demasiado adolorida de esa noche, y, además de eso, comprendió que por más
fuerte que le pegaría a Luis Pie, el no se daría cuenta, porque parecía un
borracho.
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